El Humanismo ¿Qué debo saber como cristiano?

Crecimiento del humanismo

En los siglos posteriores al Renacimiento, la filosofía va a tomar un rumbo distinto al de los anteriores. Siempre estuvo ligada y subordinada a la teología, pero ahora se irá independizando, para pensar en forma autónoma. No tendrá en cuenta las Sagradas Escrituras como revelación de Dios, ni aceptará a priori la existencia misma del Creador: Todo será puesto en tela de juicio y sujeto al razonamiento humano. El hombre como centro de todo(antropocentrismo) crecerá hasta alcanzar su apogeo en los siglos XIX y XX.

El racionalismo de Renato Descartes(1596-1650)

(1) Comienza poniendo en duda todas las cosas: la realidad del mundo, la existencia de Dios, la veracidad de la revelación y la validez de toda la filosofía existente. Descartes duda aun de sus propios sentidos, a los que considera engañosos.

(2) En medio de esa duda  metódica  surge una certeza, una cosa de la que no duda: No puede dudar de que  está dudando. De allí comienza a hilvanar su pensamiento: Si duda es porque piensa, por lo tanto sentencia: «Pienso, luego existo», principio que lo hará famoso.

(3)trata de ingresar a la realidad por un camino totalmente nuevo, y está dando así la tónica de toda la filosofía moderna: el antropocentrismo(el hombre es el centro). El hombre está en el centro como medida de todas las cosas.

(5)  Descartes vivió y murió como creyente. Creía en la existencia de Dios, pero esa certeza no emanaba de las Sagradas Escrituras, sino de su propio pensamiento. Tengamos en cuenta que todas sus certezas se fundamentaban en el hecho de su propia existencia. Para conocer a Dios no puede comenzar por la Revelación Escrita, las Sagradas Escrituras, porque las pone en duda. Tampoco puede partir de la manifestación de Dios en la creación, porque duda de sus sentidos, no cree que «las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» (Romanos 1.20).

(6) Para conocer a Dios parte de su yo, y razona diciendo que dentro del hombre está la idea de ser perfecto e infinito, siendo él mismo imperfecto y finito; por lo tanto, la idea de perfección e infinitud que posee tiene que provenir del Ser perfecto e infinito, es decir, Dios. Y Dios es el ser perfectísimo que la razón concibe, por lo tanto existe.

El camino que propone Descartes tiene al hombre y su razonamiento en el centro, el sujeto es más importante que el objeto y la libertad personal se jerarquiza por sobre el orden cósmico. Esto hace que no abandone la fe, pero es notable que el Señor Jesucristo no aparezca en su filosofía.

 El empirismo: Juan Locke

Paralelamente al racionalismo surge el empirismo, que tiene su centro de desarrollo en Inglaterra. Juan Locke (1623-1704). Su enfoque es diferente al racionalismo. Para Locke no existen principios innatos, por lo tanto el entendimiento humano es como una hoja de papel en blanco, en la cual se graba todo lo que llega a través de los sentidos. La diferencia con respecto al racionalismo estriba en que mientras aquél enfatiza la razón, este destaca la experiencia. La verdad se conoce a través de la experiencia sensible, y solo la experiencia determina qué es verdad. Como la experiencia no concluye nunca, porque siempre están entrando cosas nuevas por los sentidos, entonces no hay verdades permanentes, eternas o absolutas, todo está relativizado. Nuevamente aquí tenemos al hombre como centro: su experiencia es la que determina la verdad.

En la moral: Aprueba lo que llama la «ley moral natural», y la reconoce como eterna. Pero luego se lanza a la investigación sociológica de lo que en diferentes sociedades y épocas se estimaba como bueno o malo y termina afirmando que «llamamos bueno a lo que puede proporcionarnos placer o aumentarlo, o disminuir el dolor».

Nos detuvimos particularmente en el racionalismo y el empirismo, porque allí yace la semilla que florecerá en el siglo XVIII con la Ilustración, que alcanzará su apogeo en el siglo XIX con el positivismo y entrará en crisis en el siglo XX.                      

 El siglo de las luces siglo XVIII

Los intelectuales del siglo XVIII pensaban:

(1) que la luz de la razón debía iluminar al hombre, sacándolo del oscurantismo religioso, y que por ese camino alcanzaría la prosperidad material y la felicidad individual.

(2) Parten de la idea de que, si en el orden natural existen leyes inmutables(que no cambian) que mantienen en equilibrio armónico todas las cosas, así también debían existir leyes naturales que permitirían el equilibrio social, político y económico. Por lo tanto, el conocimiento racional y experimental de la naturaleza abriría los caminos que llevarían a hallar las leyes que gobernarían a la sociedad.

a) Para eso creían necesario que el hombre gozara de mayor libertad al pensar,

b) Por lo tanto la educación y la moral no debían estar dirigidas por el pensamiento religioso —fuera este católico o protestante—, porque su enseñanza se basaba en la fe y no en la razón.

(3) Muchos de los hombres de la Ilustración eran ateos, pero muchos otros eran deístas: Creían en la existencia de un Ser Supremo, creador del universo, que puso en marcha la máquina de la creación, pero cuya acción se limitó solo a eso, es decir, que no le dio sentido ni destino. No existen para el deísta leyes morales establecidas por Dios, ni un culto determinado para honrarlo. Dios es solo un postulado para explicar la existencia del mundo.

Voltaire (1694-1778), crítico mordaz e implacable del cristianismo, que lo desacreditaba permanentemente, afirmaba: «Si Dios no existiera, habría que inventarlo», dejando así en claro que lo creía necesario únicamente como explicación original de la existencia del universo. 


Enmanuel Kant (1723-1804), criticará por igual al racionalismo y al empirismo, sin embargo, en su filosofía, Dios seguirá siendo solo un postulado. Sus reflexiones sobre los fundamentos de la moral se hicieron muy difíciles: ¿Quién establece la moral? ¿Quién determina qué es bueno y qué es malo? ¿Por qué debemos hacer el bien? Los hombres, para Kant, deben actuar en tal forma que la máxima de su acción pueda convertirse en una ley universal. A esto lo llamó «imperativo categórico», es decir, que debe obligar al hombre sin ninguna condición. La moral debe ser un imperativo que el hombre se esfuerce en cumplir sobre la base de su voluntad.  Ni la gracia ni el favor de Dios, ni el perdón ni la redención entran en la filosofía kantiana: El hombre, como centro de su universo, extendiéndose hacia la perfección, capaz de alcanzar el cielo por sus propios medios, es el foco de su pensamiento.

 

Juan Jacobo Rousseau en Francia (1712-1778) enseñaba que el hombre era originalmente bueno, y la sociedad lo pervertía. Propiciaba una vuelta a la naturaleza como una forma de recuperar la bondad. Explica que el camino de la educación correctamente orientada hacia un retorno a la naturaleza perfeccionará al hombre. Así como los instintos eran, según su enseñanza, una guía válida para las necesidades del cuerpo, la conciencia era una guía segura para diferenciar entre el bien y el mal, por lo tanto el hombre debía seguir los dictados de su conciencia. Llegó a afirmar que la conciencia era como la voz celestial, infalible, que nos hacía semejantes a Dios.

Nota: El hombre destronaba a Dios, y la concepción antropocéntrica crecía incontenible en la sociedad. Es justo reconocer, sin embargo, que durante el siglo XVIII la ciencia progresó como consecuencia de la investigación y la experimentación: clasificaron plantas y animales, la química adquirió su carácter científico; estudiaron y experimentaron con la electricidad, y llevaron a cabo las primeras aplicaciones mecánicas del vapor de agua. Eso preparó a occidente para el estallido progresista que caracterizaría al siglo XIX.

 

El positivismo

Augusto Comte (1798-1857), es el fundador de una nueva corriente filosófica que exalta el saber científico: el positivismo. Según Comte, debía prescindirse de toda reflexión metafísica y atenerse a la observación y análisis de los fenómenos.

El positivismo se apoya en dos supuestos:

1. La ciencia es la única explicación de la realidad

El avance de la ciencia desató un ingenuo optimismo que pensaba que toda la realidad podría explicarse y controlarse a través de ella. No se le reconocían límites al conocimiento humano.

2. Existe un determinismo universal

Concibiendo al universo como un gigantesco mecanismo, con leyes inmutables; conociendo la totalidad de estas leyes puede determinarse cuál será el comportamiento futuro. Si, por ejemplo, vemos caer un vaso de vidrio desde una mesa al suelo, y pudiéramos determinar la aceleración, resistencia del material, incidencia del viento, densidad del suelo, etc., podríamos decir exactamente en cuántos pedazos se fragmentará y dónde caerá cada uno. Este principio es aún más peligroso cuando se aplica a la vida del hombre: Conociendo su herencia genética, las reacciones químicas de su organismo, su alimentación, características sicológicas, etc., podríamos determinar dónde va a estar usted y que va a hacer dentro de una semana a una hora determinada.

 

RESUMEN:

A fines del siglo XIX el pensamiento autónomo llega a su apogeo. El hombre se ve a sí mismo como centro del universo. Comenzó buscando un camino nuevo para el conocimiento, y decidió prescindir de Dios y su revelación. Los métodos elegidos fueron la razón y la experimentación. Todo lo que no logra a través de ellos no lo considera válido.

Lentamente Dios fue siendo desplazado, su personalidad fue negada, sus atributos cuestionados y sus principios ignorados. Dios debía ser lo que el hombre podía concebir que fuera. Todo lo que no podía atrapar con la limitada red de su conocimiento prefirió desecharlo. Se situó así en la cima del universo; como juez absoluto determinaba qué era la verdad y qué no lo era. El Dios Creador Omnipotente fue reducido a la condición de un postulado que simplemente llenaba la premisa inicial del universo.

Dios quedó reducido a una hipótesis de trabajo incómoda, aunque necesaria. El lugar «dejado vacante» por Dios lo iba ocupando el hombre, que crecía ante sus propios ojos y volvía a oír los reclamos del enemigo en el jardín de Edén: «Seréis como dioses».

El hombre daba paso al «Superhombre». Sin embargo, para poder consumar esa última etapa Dios seguía estorbando. Por eso había que lanzar un grito capaz de producir el despegue final. El profeta de ese grito fue Federico Nietzsche (1844-1900), que decretó: «Dios ha muerto».

 

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